El duelo no es una psicopatología. Es un proceso doloroso, que todos los seres humanos, en algún momento de sus vidas e independientemente de su condición, deben transitar.
A medida que nos hacemos mayores, la lógica impuesta por la vida, nos hace experimentar duelos continuos. La forma en la que reaccionamos a una pérdida, la aprendemos desde muy temprano. En los primeros apegos y vínculos maternos, paternos y con los hermanos.
Cuando somos pequeños, nos podemos apegar por un objeto transicional. Por ejemplo un peluche. Si por cualquier circunstancia, lo perdemos. Si deja de estar a nuestro lado para darnos seguridad, frente al miedo y la ansiedad. Entonces experimentamos esa pérdida como un duelo. Lo mismo ocurre con las primeras parejas sentimentales, amigos, deportes, estudios, trabajos, etc. Pero lo más duro sucede cuando perdemos a la persona en la que hemos depositado todo nuestro amor.
Esta situación acentúa, en nosotros, aspectos que durante nuestra vida no habíamos podido solucionar del todo. Pero que en una situación como esta, la desesperanza se apodera de nosotros.
Aprender a recuperar a la persona querida, mentalmente, en los actos cotidianos, en las fechas señaladas, en nuestros propios comportamientos, puede ser una forma de mantener siempre viva a esa persona. Si de niños no aprendimos que las cosas suceden, porque sí, y que en pocas ocasiones tenemos un control total sobre ellas. Es difícil que podamos entender que la ausencia, física, de un ser querido es una consecuencia natural de la vida. Injusta, desde algunos puntos de vista. Pero real.
No se trata de olvidar. Tampoco de evitar su presencia en nuestras vidas. Considero que lo ideal sería aprender a mantenerla viva. Por ejemplo, imaginar que si viviera en otro continente, en un lugar donde hubiera decidido voluntariamente permanecer toda su existencia, y no hubiera posibilidad de contactar con esta persona. Su ausencia física no limitaría el recordar y quererla, igual. Sé que no es un ejemplo perfecto. Pero pretendo hacer ver la importancia de recordar a la persona de forma positiva. Plantearnos qué pensaría esa persona si hiciéramos aquello que estamos haciendo. Sin duda, esto nos ayudaría a mantener viva a la persona ausente y ésta estaría contribuyendo a hacernos mejores a nosotros mismos.
Las personas necesitamos hablar sobre lo que nos está ocurriendo. En el duelo, necesitaríamos mucha calma y valentía. Sabemos que es un camino que nos llevará a lugares que jamás hubiéramos imaginado y que nos hará sentirnos perdidos, desganados o impotentes. Esto debe ser una oportunidad para expresar aquellas cosas que se han originado tras su partida. Por ejemplo, los sentimientos de culpa o arrepentimiento, el odio o ira por aquellas cosas que no te gustaron y que quedaron sin resolver, o las ganas inevitables de haberle dicho todo lo que le queremos. Que queramos a una persona no significa que ésta no pueda hacer cosas que nos moleste. Que haya fallecido parece impedir, de alguna forma, que podamos decirles lo que realmente hubiéramos deseado decirles en vida.
Existen múltiples casos. Cada persona, es un caso especial y particular. Me preocupan, especialmente aquellos que empiezan a ser más habituales. Por ejemplo, aquellos padres que pierden a sus bebés, antes de nacer. Ellos no lo han conocido, ni siquiera, pero ya formaba parte de sus vidas. Se había construido, alrededor de él o ella, todo un proyecto vital. Los padres experimentan sentimientos y emociones muy complejas. Otro tipo de duelo, en la misma línea, puede ocurrirles a aquellos padres y madres que tienen un bebé pero éste no viene al mundo "como ellos esperaban". Aquí, volvemos a ver que ocurre aquello que mencionábamos hace unos instantes, sobre cómo es de doloroso que la vida imponga su realidad. Y que ésta esté tan lejos de aquello que habíamos imaginado.
Existen múltiples casos. Cada persona, es un caso especial y particular. Me preocupan, especialmente aquellos que empiezan a ser más habituales. Por ejemplo, aquellos padres que pierden a sus bebés, antes de nacer. Ellos no lo han conocido, ni siquiera, pero ya formaba parte de sus vidas. Se había construido, alrededor de él o ella, todo un proyecto vital. Los padres experimentan sentimientos y emociones muy complejas. Otro tipo de duelo, en la misma línea, puede ocurrirles a aquellos padres y madres que tienen un bebé pero éste no viene al mundo "como ellos esperaban". Aquí, volvemos a ver que ocurre aquello que mencionábamos hace unos instantes, sobre cómo es de doloroso que la vida imponga su realidad. Y que ésta esté tan lejos de aquello que habíamos imaginado.
Hablarlo con un profesional nos va a permitir superar el duelo, además de mejorar como persona. Conocernos un poco más. Prepararnos para los retos y desafíos del porvenir.
Mucho ánimo, un fuerte abrazo.
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